miércoles, 18 de noviembre de 2015

Autobiografía




Escribir sobre otros familiares o amigos con los que uno ha vivido o tratado es relativamente fácil porque no requiere mayor esfuerzo recordar episodios buenos, regulares o malos que quedaron grabados en nuestra memoria. Pero hablar sobre uno mismo es mucho más complicado porque entran en juego los juicios de valor, el culto al ego y los mecanismos de autodefensa. Todo esto se multiplica cuando el implicado no es muy proclive a abrirse al exterior e ir despojándose de las capas que  han ido cubriendo su vida con el tiempo y las experiencias. Sin embargo, intentaré hacer un esfuerzo de memoria para relatar algunas cosas sencillas -y si es posible interesantes- con la idea de que mis hijos y nietos conozcan datos de esos que uno nunca transmite en conversaciones habituales o en tertulias familiares.

Yo, Agustín Coll Valarino, nací en la Policlínica Caracas el 16 de octubre de 1943. Era el primogénito del matrimonio entre Agustín Coll Payares y Aglae Valarino de Coll. Mi nacimiento no fue fácil porque mi mamá cuenta que tardo 20 horas en labores de parto y el médico solo le pedía que caminara porque eso favorecería el natural proceso; pero eso no ocurrió y finalmente el médico decidió hacer una operación de cesarea. Yo nací en malas condiciones, con una pequeña protuberancia en la cabeza producto del esfuerzo por nacer. Pero la naturaleza es muy sabia y Dios es muy grande, logrando mi recuperación en las horas siguientes.

A los pocos meses fui bautizado, siendo mis padrinos el Dr. Héctor Landaeta Payares, reconocido médico gastroenterólogo primo hermano de mi papá, y Lola Coll Payares, mi tía Lola. Así me convertí en hijo adptivo de Dios Padre y miembro de la Iglesia católica a través de este importante sacramento. Posteriormente, mi fe católica sería nutrida por las enseñanzas de mi mamá y por lo que me transmitieron los padres jesuítas en el Colegio San Ignacio, donde estudié por una década. A este colegio entré en tercer grado, pues mi mamá no había conseguido cupo cuando trató de inscribirme. Los dos primeros años de primaria los cursé en el Instituto Politécnico Educacional, dirigido por la famosa profesora Luisa Amelia Vegas. Esto fue posible porque Enriqueta Landaeta Payares, prima hermana de mi papá, era la profesora de historia de Venezuela en ese centro educativo y eso facilitó mi ingreso.



Estudiando primaria caí enfermo con un decaimiento general que en aquellos años me fue diagnosticado como ictericia, una enfermedad del hígado. Me puse amarillento y me prescribieron unas inyecciones muy dolorosas que mi mamá aliviaba con una dulce música proveniente de un pequeño aparato que me regalaron al efecto y que sonaba como un clavicordio. Ya estando en bachillerato fuí operado de apendicitis por el Dr. Miguel Pérez Carreño, quien era amigo personal de mi papá y mis tías.

En el Colegio San Ignacio pasé uno de los mejores años de mi vida. Me adapté a la disciplina jesuíta y disfruté las distintas actividades extra-curriculares como el football, la natación, las excursiones, los cine-forum, las comidas en la cantina del colegio y la amistad con los compañeros de clase. Cada clase tenía asignado un "maestrillo" que era un hermano jesuita en formación, que además de impartir clases supervisaba la disciplina del salón y el orden fuera de las aulas. Nuestra educación religiosa era muy estricta, pues teníamos que ir a misa en la capilla del Colegio todos los días por la mañana, antes de clases. También rezábamos el rosario todas las tardes y todos los alumnos se turnaban para conducirlo. Los domingos era obligatorio ir a la misa del Colegio en uniforme de gala: traje azul marino y camisa blanca abierta, con el cuello sobre el paltó. Había clases los sábados por la mañana y por la tarde eran las actividades deportivas. Los que éramos inquietos y necesitábamos disciplina adicional nos teníamos que quedar castigados estudiando en un salón custodiados por un cura. Hoy en día esto parece excesivo, pero sobrevivimos y buena parte de mi formación religiosa se la debo al Colegio.



Al salir de bachillerato me inscribí en la Universidad Central de Venezuela para estudiar ingeniería, pero mis escasas aptitudes matemáticas me indicaron que esa no era mi carrera. En ese momento me sentía desconcertado y me hice unos tests en el Instituto Venezolano de Orientación Vocacional, que determinaron mi inclinación por las humanidades más que por las ciencias. Ellos me recomendaron que estudiara periodismo, derecho o economía. Al año siguiente me inscribí en la Escuela de Periodismo de la Universidad Católica Andrés Bello, dirigida por el sacerdote jesuíta Alberto Ancízar Mendoza, que regresaba de estudiar periodismo en La Sorbona de Paris y en la Universidad de Missouri en Estados Unidos, con un cúmulo de conocimientos enorme que transmitía en sus interesantes clases. También supo rodearse de los mejores profesores disponibles como Oscar Yánez, Gloria Stolk, Manuel Pérez Vila, Ramón J. Velázquez, Marino Pérez Durán y otros excelentes comunicadores. Después de cuatro años de estudios egresé con el título de Licenciado en Periodismo, mención impresos (las otras menciones eran publicidad y relaciones públicas, y audiovisual). Unos años después el pensum fue aumentado a cinco años y la carrera comenzó a denominarse Comunicación Social.



Cuando cursaba tercer año de periodismo, me inscribí también en derecho y estudié el primer año de esta carrera, pero no pude continuarla porque me coincidían los horarios. Sin embargo esto me permitió conocer a Beatriz Vargas Sánchez, destacada alumna de quien me hice muy amigo. Visitando su casa conocí a Marianela, su hermana, quien me encantó a primera vista y con el tiempo se convirtió en mi adorada novia, abnegada esposa y excelente madre de mis hijos. El gusanillo del derecho se había instalado en mi pensamiento y muchos años después retomaba los estudios de noche y me graduaría de abogado a la edad de 40 años. Como consecuencia de mi participación en los cursos de preparación al matrimonio cristiano en la Iglesia de Nuestra Señora de Pompei, también terminé un diplomado en asesoría y orientación familiar en la Universidad Católica Santa Rosa, que duró cuatro años yendo a clases dos veces por semana. Finalmente, obtuve un diploma de Estudios Superiores en Teología en la UCAB, después de tres años de clases en la sede del Instituto de Estudios Religiosos en Altamira. Está demás decir que mi pasión por el estudio es algo que ha marcado mi vida siempre.



En cuanto a mi trayectoria profesional puedo contar que comencé a trabajar en Sears Roebuck de Venezuela siendo todavia estudiante de periodismo, donde me tocó producir y dirigir la revista Noti-Sears que era una publicación interna para los empleados. Luego pasé al Ministerio de Fomento como Jefe de Prensa durante el primer gobierno de Rafael Caldera. De allí pase a la Corporación Venezolana de Guayana, presidida en ese entonces por el General Rafael Alfonso Ravard, donde además de redactar informaciones para la prensa también producía la revista Uyapar dirigida a los niños. Posteriormente desempeñé el cargo de Jefe de Relaciones Públicas del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, ubicado cerca de San Antonio de los Altos. Buscando mejores oportunidades en la empresa privada fui empleado en la Creole Petroleum Corporation como periodista en la Costa Oriental del Lago de Maracaibo, concretamente en la ciudad de Cabimas a donde llegamos con Cristina que tenía 16 meses. En esa ciudad pude cumplir mi sueño de comprarme una moto Yamaha Enduro de 500 c.c., qu utilicé en muchos paseos por distintas localidades del estado Zulia. Marianela quedó embarazada de Alberto y decidimos que naciera en el Centro Médico de Caracas, y cuando él cumplió 2 meses de edad volvimos a Cabimas. Poco tiempo después Marianela quedó embarazada de Andrés, lo cual impulsó nuestra necesidad de mudarnos a Caracas de nuevo para que la familia pudiera disfrutar de la prole.

Una vez en la gran capital conseguí empleo en el Consejo de Coordinación de las Empresas Mendoza y allí permanecí por doce años. Me cambié a Lagoven recordando mis tiempos en la industria petrolera, pero el trabajo no me satisfizo y decidí mudar de ambiente. Por medio de un aviso de prensa conseguí trabajo en Cigarrera Biggot y allí permanecí por ocho años, desempeñándome como Gerente de la Fundación Biggot dedicada a la promoción de la cultura popular venezolana. Después pasé a la gerencia de la Fundación Newman. Luego me asocié con un antiguo compañero universitario y fundamos una empresa fotográfica donde permanecí algunos años hasta que me ví obligado a retirarme. Finalmente, ocupé la Gerencia de la Asociación de Vecinos de Altamira y La Castellana hasta nuestro exilio voluntario en Australia. Por mi trabajo en ARUACA me hice acreedor de la Orden José Solano y Bote en su primera clase.


Son muchas las cosas que se pueden contar después de una vida de más de 70 años, sobre todo desde el punto de vista familiar. Una bella familia nos ha dado el Señor adornada con cuatro hijos: Cristina, Alberto, Andrés e Ignacio y cuatro nietos australianos: Nathan, Corina y Matthias (hijos de Alberto y Carolina Reyes) y Kai Emilio (hijo de Andrés y Diana Suárez). A nuestros hijos hemos tratado de inculcarles la fe en Dios y particularmente la necesidad y la obligación de ser buenas personas con el prójimo, cualquiera que sea la circunstancia donde se encuentren. Siempre consideramos que el dinero debe ser un medio para lograr ciertas cosas, sin duda importantes, pero nunca un fin por si mismo. Siempre fuimos partidarios de que nuestros hijos se prepararan intelectual y profesionalmente para triunfar en la vida. Esperamos que esta filosofía haya dado sus frutos.

Cuando nos casamos yo tenía 26 años y Marianela 19. Hemos tenido 50 años de feliz matrimonio, con las dificultades propias de toda relación humana. Hoy en día, con el transcurso del tiempo, admiro y amo a Marianela cada vez más y agradezco a Dios que la pusiera en mi camino para emprender juntos nuestro peregrinaje temporal por esta tierra.

1 comentario:

nosotros dijo...

no sabia lo de sears, cada vez q leo el blog leo algo distinto.