jueves, 23 de junio de 2016

Emilio Vicente Valarino, mi bisabuelo




Hay historias que parecen sacadas de las páginas de una novela, pero en algunos casos la realidad supera la ficción. La historia que vamos a contar tiene que ver con una eminente familia que gobernó el ducado de Lorena, al noreste de Francia, desde finales del siglo 11 hasta mediados del siglo 18, cuando se unió a la casa real germana de los Habsburgo.

El fundador de la casa ducal de Lorena había sido Gerardo de Lorena en 1048, continuando la línea de sucesión masculina ininterrumpidamente, por ocho generaciones, hasta llegar a Francisco Esteban de Lorena, quien en 1735 cedió el territorio de La Lorena y recibió el de La Toscana como compensación, siguiendo un plan concebido por el rey Luis XV de Francia, quien tratando de evitar que el ducado de Lorena pasara a formar parte del Sacro Imperio Romano Germánico, se lo asignó temporalmente a su suegro, el destronado rey de Polonia Estanislao Leszczynsky, con la condición de que a su muerte pasara a Francia. Un año después, Francisco Esteban de Lorena casó con María Teresa de Habsburgo, archiduquesa de Austria y en 1745 es electo emperador de Alemania.

Al ceder el ducado de Lorena Francisco Esteban dejó sin derechos a su hijo Francisco Carlos, quien protestó el paso de su padre a Austria, negándose a seguirle y se retiró al castillo de Thionville donde vivió alejado de las luchas políticas. Al morir, en 1807, dejó un hijo, Felipe Augusto, el cual se casó con Elena Margarita de Armañan y el Águila, de cuyo matrimonio nacieron Felipe Francisco en 1837 y dos años después Gerardo Eugenio, muerto a temprana edad por una enfermedad en la columna.

Al primogénito heredero Felipe Francisco de Lorena no le tocará una vida fácil, pues a los tres años de edad desaparecerá misteriosamente después de que fuera llevado por Hildebrando, un criado joven de toda confianza de la familia ducal, a dar su paseo diario por los alrededores del Castillo. Ese día, Hildebrando apareció -supuestamente- maniatado a un cercado, manifestándole al Conde, su amo, que había sido asaltado por un grupo de gitanos llevándose al pequeño a un lugar desconocido. La activísima búsqueda del niño resultó infructuosa, muriendo los Condes con la inmensa pena producida por el misterioso secuestro de su amado hijo. Con la desaparición del primogénito se creyó extinta la rama directa de la nobilísima casa de Lorena.

Tan pronto como fue relevado de su servidumbre en el Castillo de Thionville, Hildebrando -hombre no pervertido- sacó al niño de donde lo tenía escondido y, tras atravesar toda Francia sin ser descubierto, se internó en España y fue a parar a San Roque, al sur de la Península Ibérica frente al estrecho de Gibraltar. En este lugar conoció a un comerciante arruinado de nacionalidad italiana, de nombre Agustín Valarino, con quien hizo un trato para que adoptase a la criatura mediante la entrega de una buena suma, proveniente del dinero obtenido por su delictuosa acción. Desde entonces, el desconocido niño pasó a llamarse Emilio Vicente Valarino.

Agustin Valarino tuvo a su cuidado a su hijo adoptivo en Gibraltar, territorio británico de ultramar, hasta los siete años de edad cuando lo envió a educar a Francia en uno de los principales institutos de Burdeos. Posteriormente, cuando Emilio Vicente ya había cumplido los doce años de edad, Agustin Valarino resolvió emigrar a Venezuela, fijando su residencia en el puerto de La Guaira, donde formó su hogar. A la postre, Emilio Vicente Valarino se constituiría en notable telegrafista y electricista hasta ocupar el cargo de Director General de los Telégrafos y Teléfonos de Venezuela durante los gobiernos de la Restauración Liberal. Asimismo, participó en la Guerra Federal bajo las órdenes del General Francisco Linares Alcántara, tomando parte activa en diversos hechos de armas hasta alcanzar el grado de General de División. Además, se distinguió como insigne filántropo y honrado ciudadano de la patria. Su trayectoria de 70 años de existencia fue una constante acción viviente de bondad y grandes virtudes. En su trance final manifestó: “Muero tranquilo, no he hecho mal a nadie, por mi culpa no se ha derramado nunca una lágrima, he dedicado mi vida a hacer el bien, aun a mis pocos enemigos”.

Sorpresivamente, 67 años después del secuestro de Felipe Francisco de Lorena y apenas tres meses después de su fallecimiento en Caracas, Don Carlos de Borbón, pretendiente al trono de España dio a conocer la noticia sobre el verdadero desentrañamiento del suceso. Un hijo del criado Hildebrando que estaba al servicio de Don Carlos, cuando agonizaba en su lecho de muerte, le entregó al noble español un documento que conservaba por voluntad de su padre, quien se lo había confiado antes de morir. En ese documento se hacía constar que el primogénito de los Lorena probablemente estaba vivo, pues la versión de su secuestro por un grupo de gitanos era completamente falsa, ya que el mismo Hildebrando se había maniatado para preparar su coartada.

Don Carlos de Borbón, interesado vivamente en el asunto, emprendió serias investigaciones que dieron por resultado el descubrimiento de que el hijo secuestrado y entregado al italiano Valarino vivía en Venezuela, donde se había residenciado desde 1858 con el nombre de Emilio Vicente Valarino.

La verdadera historia es que agentes del gobierno austriaco, con el prurito de extinguir la descendencia directa de la noble casa de Lorena, le habían pagado a Hildebrando la cantidad de doscientos mil francos con tal de hacer desaparecer al ilustre vástago, seguros como estaban de que el segundo hijo de los Condes Duques había nacido con un reblandecimiento en la columna que le hubiera impedido llegar vivo a su desarrollo.

Otro episodio que agrega datos fehacientes a esta historia es el aportado por el notable historiador francés Henri Houssaye, cuando realizaba una excursión con el Marques de Nancy en una de sus propiedades campestres situada en el camino entre Thionville y Luxemburgo. Cuenta el intelectual que, después de varias horas de marcha, llegaron a una casita blanca, donde vivía el mayordomo: un anciano de nombre Marcelo, quien había estado al servicio de los Duques de Lorena hasta que éstos fallecieron. Él se hizo cargo de las cabalgaduras y comentó que el tiempo era bueno para salir de cacería. El Señor de Nancy accedió, pidiendo le trajeran los accesorios necesarios para un buen lance de caza. Entre éstos llamó poderosamente la atención del historiador el cuchillo de monte de Marcelo, porque su hoja era de finísimo acero inglés, y en su parte superior estaba grabado el histórico escudo de armas de la casa de Lorena: una banda sobrecargada con tres aguiluchos de plata.

Marcelo le comentó que esa daga de monte se la había obsequiado el noble conde Felipe Augusto de Lorena, quien al enterarse del supuesto secuestro de su pequeño hijo había iniciado su búsqueda junto con un grupo de colaboradores, dividiéndose por distintos senderos. A él le tocó acompañar al Conde por un camino donde se notaban huellas recientes. Después de haber cabalgado durante dos horas por el bosque divisaron una banda de gitanos como de seis hombres y varias mujeres que preparaban alimentos en grandes fogatas. El Conde y Marcelo se enfrascaron en una lucha desigual contra los gitanos que los atacaban armados con pesadas tizonas; pero los fueron eliminando uno a uno. Cuando la espada de Marcelo había sido destrozada en el fragor de la lucha, el Conde, sin perder la sangre fría, le arrojó su daga de monte y con ella Marcelo venció al último de los gitanos que amenazaba de muerte al Conde. Este abrazó a Marcelo y le dijo: “Me has salvado la vida; conserva siempre en recuerdo mío esa daga; eres digno de mi cariño y de mi apoyo”.

Acto seguido, corrieron al campamento donde estaban las mujeres de los gitanos, pero no encontraron ninguna evidencia del niño Felipe. Tristes y desalentados regresaron al castillo, cayendo el Conde en un abatimiento indescriptible, hasta su muerte ocurrida diez años después. Su esposa le sobrevivió apenas dos años y el otro hijo, Gerardo Eugenio murió de trece años de edad a consecuencia de una enfermedad congénita. Así se creyó extinguida aquella dilecta y generosa raza de los Duques de Lorena.

Henri Houssaye confirmó la veracidad del testimonio de Marcelo y le reveló que agentes de una nación interesada en la desaparición de la Casa de Lorena habían sobornado al criado Hildebrando para que raptara y eliminara al príncipe Felipe. Sin embargo, el niño vivía porque había sido negociado y entregado en San Roque, al sur de España, a un comerciante italiano que lo adoptó bajo el nombre de Emilio Vicente Valarino, transcurriendo su vida sin saber nunca quienes habían sido sus padres. A sus hijos solía decirles: “Ustedes puede que pongan en claro algún día ese misterio que envuelve mi nacimiento”.

A mediados de 1907 se comisionó en Caracas a dos representantes diplomáticos a fin de inquirir el paradero de Emilio Vicente Valarino, verdadero descendiente de los Condes de Lorena, y en carta fechada el 20 de septiembre ellos daban cuenta de que había fallecido en Caracas tres meses antes. Entonces, se dieron a la tarea de averiguar con discreción cuál de los hijos del difunto había sabido llevar con más inteligencia y honor el ilustre nombre de su progenitor. La investigación dio por resultado que el noble título de Conde de Lorena debía recaer en el segundo de sus hijos, el llamado Nerio Aquiles, a quien insinuaron reclamar tal reconocimiento personalmente, o por medio de un apoderado.

Por recomendación del ministro inglés, a principios de 1909, un célebre abogado austríaco, el Barón de Kurz, le ofreció a Nerio Valarino ser su apoderado, con la esperanza de que pudiera recuperar sus bienes. Las gestiones de este abogado lograron el reconocimiento oficial del ilustre apellido de Lorena por las cortes de Portugal, Rusia, Alemania, Austria, Rumania y por el Vaticano. Con toda esa documentación, el Barón de Kurz presentó la reclamación de Nerio Valarino de Lorena al castillo de Thionville ante los tribunales de Metz y, después de largos debates, sentenciaron en 1914 a su favor en primera instancia, ordenando se le entregara esa propiedad y sus anexos.

Cuando ya se iba a activar el asunto en la Corte Suprema, estalló la I Guerra Mundial y todo quedó paralizado hasta la terminación del conflicto. Pero en diciembre de 1916 y enero de 1917 las posesiones de Thionville, ocupadas por fuerzas alemanas, fueron bombardeadas por una escuadrilla aérea francesa dejando totalmente destruido el castillo e incendiados los bosques aledaños.

Para colmo de males, el 12 de mayo de 1917 fallecía el Barón de Kurz cuando comandaba el 125 Regimiento de Artillería Austriaco, a consecuencia de las heridas recibidas en la Ofensiva Brusilov, la mayor operación militar del ejército ruso durante la I Guerra Mundial. Con la muerte de tan noble amigo, Nerio Valarino de Lorena vio perdidas sus esperanzas de recuperar los bienes europeos.

Sin embargo, al terminar la I Guerra Mundial en 1918, se propuso reiniciar las actividades para acceder de nuevo a la documentación de su proceso. Pero cuando apenas comenzaba las diligencias, a raíz de sus sistemáticas críticas periodísticas contra el tiránico régimen de Juan Vicente Gómez, en aquel tiempo Presidente de Venezuela, fue encarcelado e incomunicado en las mazmorras de la cárcel La Rotunda de Caracas, hasta su muerte ocurrida en 1930. Al respecto Nerio Valarino de Lorena había escrito: A mis hijos les quedará siempre el orgullo de descender de la noble y excelsa casa de Lorena. La suerte que fue siempre cruel con la rama condal de Lorena, ha continuado siendo adversa conmigo. Ironías del destino…

No hay comentarios: